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Aprendí a rezar desde muy chiquita. Manos juntas a manera de pirámide, el puente de la nariz firmemente encajado en mis pulgares y sus metatarsos, de rodillas en la misa del domingo y cada noche antes de irme a la cama.
Rezaba pidiendo y agradeciendo a la vez: Los regalos de Navidad, el buen resultado en los exámenes y la venida de los Backstreet Boys a Maracaibo.
Antes de dormir, pedía por un nuevo día al tiempo que agradecía el haber vivido otro más y hoy irme a dormir tranquila.
Cuándo fue la última vez que recé de rodillas? Las últimas veces que recuerdo entrar a una iglesia recientemente fue por razones meramente turísticas - y ni me gustan. Lo que sí que me quedó, sin embargo, fueron ciertos rituales como un “Dios conmigo, quién contra mi”, recitado antes de ir a dormir en esas noches que todo se siente más oscuro, o el respirar profundo y rezar siempre que se sienta necesario.
Incluso en el peak de mi rebeldía adolescente. Delineador negro y mucho caso a Nietzsche en esto de matar a dios… de alguna u otra forma continué rezando.
A medida que desmantelaba la relación que me enseñaron a llevar con la divinidad me daba cuenta que el acto de la oración iba en realidad muchísimo más allá de eso.
Uno de los varios elementos que admiro del trabajo de Julia Cameron es su fijación con los rituales y rezos. Uno de los primeros ejercicios en El Camino del Artista te invita a escribir tu propia plegaria. “La Oración del Artista”.
Al ser criada como católica, la idea que Julia tenía del rezo era algo muy formal. No fue hasta que se encontró batallando con el alcoholismo que volvió una y otra vez a una pequeña plegaria en forma de cita:
“La fuerza que a través del verde tallo empuja a la flor”,
un extracto de un poema de Dylan Thomas y una fuente de energía creativa.
Espiritualmente hablando, esta idea se convirtió en el poder más alto que Julia se pudiese imaginar en el momento. Una frase lo suficientemente poderosa como para convertirse en plegaria.
La Plegaria del Artista son sus propios versos dirigidos a estos altos poderes. Un conjuro escrito para invocar a quien (o lo que) sea que se necesite para salirse del camino del artista interno.
“La atención, llevada a su grado más alto, es lo mismo que una oración”- Simone Weil.
En un contexto totalmente distinto, el de las comunidades originarias del interior de la Sierra Nevada de Santa Marta en Colombia, los Arhuacos tocan gaita y acordeón en un campo despejado, cantando y bailando hasta que dé el espíritu.
Es una fiesta. Una celebración, pero también una oración.
Culturas originarias alrededor del mundo se construyen sobre pilares de gratitud, dando gracias y entregando algo de vuelta antes de pedir por nada más que lo suficiente. Esta comunidad baila y canta para agradecer y agradar a los elementos que les rodean, al tiempo que rezan por buenas cosechas y que mejores tiempos vengan.
Con el tiempo, descubrí al rezo como más bien un ritual y una meditación - una conversación abierta entre mi yo más sincero y vulnerable y quien sea que esté allá afuera para acompañar, proteger y sostener mi paso por esta Tierra.
Rezar implica consigo una intención divina.
Un Padre Nuestro y una Ave María no son tan diferentes de un mantra Budista ni de los versos del Corán - quien les recita no está simplemente tirando palabras sin sentido ahí afuera, sino abriendo un canal para conversar con el más allá.
Así que hoy, después de una muy necesaria pausa en esta publicación para intentar poner el dedo en qué sería de ella, decido comenzar una vez más.
Esta vez con un rezo.
Rezo por todo aquello que rodea el sentarme hoy aquí a escribir este post en dos idiomas distintos, pues la verdad es que solo así proceso la vida en esta ilusión temporal en la que la vivo.
Rezo por todo aquello que llena mi pozo creativo, y todo lo que tiene que pasar para que salga regurgitado en borradores que nunca nadie leerá, pero que con suerte, se transformarán en un texto que sí tenga sentido.
Sentido para alguien que lo lea y encuentre en ellos, ojalá, una parte sí mismx.
Considera por un momento a tu trabajo como análogo a una plegaria íntima. Una en la que te acercas a Dios, y por tanto a la divinidad entre toda la materia. - Melissa Pritchard.
La escritura, como me percato al trabajar en esta plegaria, es en sí misma un rezo.
Antes de sentarme hoy a escribir, junté mis manos en forma de pirámide y recé por la fuerza para dar cada pasito hasta completar la misión.
Pedí dejarme llevar por el delirio creativo necesario para hacer aquello que tanto quiero: Generar aquí un espacio de conexión, honor y reflexión entre lo que me empuja a contar historias y quien sea que esté ahí afuera dispuestx a conectar con ellas.
una lectura
Una selección de meditaciones para artistas de parte de La Vaca Independiente, .
algunas preguntas
¿Qué significa para ti el rezar, la oración, la plegaria o como sea que le llamas?
¿Cómo es que los rituales son capaces de llevarnos a conectar con nuestro interior y el de los demás?